- Esteve Redolad, Maestro en Teología.
En su día la caída del muro de Berlín se usó como metáfora para el fracaso del sistema comunista. Hoy, la caída de la Bolsa de valores y la crisis financiera que afecta especialmente en Europa y los Estados Unidos desde el 2008, se usan como imagen del fracaso del modelo económico del sistema capitalista. No pretendemos aquí valorar los mecanismos o modelos económicos de la sociedad occidental sino analizar brevemente algunos de los principios y sistema de valores que surgen y se desarrollan en ella.
Una de las características más propias de la sociedad occidental es su fuerte carácter individualista. Paradójicamente, este individualismo ha sido posible gracias, en parte, a un sistema burocrático y de control de información altamente centralizado y eficaz. Para explicar esta aparente contradicción hay que realizar una breve incursión histórica.
La sociedad occidental moderna nace en los siglos XVII y XVIII, no sólo a causa de los avances científicos, industriales y tecnológicos, sino también porque a partir de la Ilustración emerge de forma explícita, como principio filosófico y como reivindicación política, la noción de cada persona sin distinción, tiene el mismo valor y dignidad, y se tiene que respetar su libertad y conciencia. Las reivindicaciones por la igualdad de derechos y de deberes a todos los ciudadanos es un debate que desde entonces hasta nuestros días ha estado presente en la sociedad: el sufragio universal, los derechos de los trabajadores, la integración racial y en definitiva la lucha contra cualquier tipo de discriminación. En la Ilustración, la reivindicación primaria por los derechos individuales era la respuesta a una sociedad profundamente dividida entre los sectores sociales privilegiados (nobleza y clero), y los sectores subyugados (campesinos y siervos). Estos dos sectores respondían a distintas leyes, obligaciones, derechos, dignidades y privilegios.
El reconocimiento paulatino de unos derechos universales para todos los individuos sin distinción que nació con la modernidad exigía un sistema de organización pública, que eliminara, como mínimo en teoría, los abusos de poder, privilegios, amiguismos y tratos de favor típicos de una sociedad feudal o tribal. Este sistema, altamente mecanizado, despersonalizado y centralizado, será conocido como burocracia.
El sistema burocrático aparta el mundo subjetivo, interesado, asimétrico, complejo, y a menudo injusto, de las emociones y las relaciones interpersonales y se convierte en un sistema de control frío, centralizado y mecánico, que funciona por sus propias regulaciones más allá de gustos o inclinaciones personales. La despersonalización y centralización de datos que permite la burocracia, serán factores de cabal importancia cuando ya en pleno siglo XX, con las nuevas herramientas que proporcionan la revolución tecnológica, el sistema, otrora burocrático, alcance niveles insospechados de información y control, no sólo en la organización pública sino también dentro del tejido social, político y económico. Este nuevo sistema, que podríamos llamar híper-burocrático adquiere la capacidada de incidir de forma anónima pero eficaz, en los hábitos y conductas de los individuos.
El fenómeno de la globalización, esto es, la desaparición de restricciones en el acceso a productos, información y dinero a nivel social y político, es posible gracias a este sistema de control centralizado y supernacional. Hoy, en día unas, relativamente pocas, instituciones controlan un sinfín de datos personales, control de transacciones financieras, medios de comunicación, datos demográficos, etc. Qué duda cabe, pues, que las personas o grupos que tengan mayor accesoa dicho sistema, y tengan los recursos para gestionarlo, tendrán también un mayor control, indirecto, pero efectivo, sobre los individuos. Así pues, desde agencias o cuerpos de seguridad, hasta compañías de telecomunicaciones, aseguradoras, instituciones financieras, medios de comunicación, empresas de marketing, compañías o instituciones públicas, etc. acumulan información los suficientemente relevante, lo suficientemente extensa y lo suficientemente manejable, como para ejercer una alta influencia en la sociedad y tener la capacidad de dominar a sus individuos para su propio beneficio y enriquecimiento.
El equilibrio entre las necesidades del sistema híper-burocrático y las del individuo es precario, y cuando se rompe, pone en evidencia el deterioro de la libertad del individuo, que termina alienándose bajo el peso de un sistema que le exige unos altos niveles de consumo y, por ende, de trabajo a expensas de una calidad de vida que dicho sistema pretende ofrecer.
Lo más paradójico es que en tiempos de crisis, el entresijo ingente de este sistema híper-burocrático es lo suficientemente complejo para que sea imposible, y hasta injusto, apuntar a posibles responsables, porque todos, aún siendo a pequeña escala, somos partícipes del mismo. Y al mismo tiempo, sin embargo, este sistema es también lo suficientemente centralizado como para que su regulación y control recaiga en manos de un número más o menos grande, pero limitado, de individuos, instrucciones privadas y públicas que pueden tener acceso a éste. No estamos urdiendo teorías conspiratorias. El sistema de información se tercia demasiado complejo para pensar que un reducido grupo de personas alrededor de una mesa pueda tener un control global. Pero tampoco parece que los movimientos en el mercado de valores, especulaciones financieras, el flujo de información de los medios de comunicación, decisiones políticas, estrategias de mercado, etc. ocurran por simple generación espontánea. Parece que hay el suficiente nivel de centralización y de información como para que sea posible el uso de la especulación y la estrategia para beneficio de algunos.
El equilibrio entre las negligencias o abusos de un sistema híper-burocrático escurridizo y a la vez tangible, y una multitud de individuos apáticos y vulnerables a la manipulación, tiene que surgir de lo que podríamos llamar organizaciones intermedias dentro del tejido social. Es decir, grupos que se organicen a nivel local o a partir de un ideal o interés común, que puedan transcender los, a veces estrechos, intereses individuales y que a la vez no estén ligadas a filiaciones políticas o a grupos relacionados con grandes empresas o instituciones políticas. La naturaleza de estos grupos puede ser variopinta: sindicatos, pequeñas empresas, colectivos sociales, asociaciones, comunidades de vecinos, comunidades de base, cooperativas, ONGs, comunidades religiosas, asociaciones culturales, entidades educativas, etc. todas ellas, tienen la capacidad de convertirse en elementos correctores de un sistema globalizado difícil de manejar. También son este tipo de organizaciones las que pueden despertar las conciencias de muchos individuos que a menudo viven alienados por la ignorancia o por la necesidad imperiosa de consumir para poder gozar del estado del bienestar.
La importancia social de este tipo de grupos radica en su capacidad de ejercer de forma efectiva y real la práctica de la solidaridad. El sentimiento solidario emana del convencimiento de que las diferencias sociales entre personas pocas veces son consecuencia de decisiones individuales, sino producto de las limitaciones, negligencias o abusos de un sistema que incide directa o irremediablemente sobre ellos. Así entendida, la práctica de la solidaridad no es un ejercicio de virtud, sino un ejercicio de justicia.
El sistema burocrático, la defensa de los derechos individuales por encima de injerencias gubernamentales y la centralización de información han permitido llegar y mantener altos niveles de desarrollo y de calidad de vida no solo en la sociedad occidental sino también en una parte considerable de la población en todo el mundo. Sin embargo, el precio a pagar ha sido el surgimiento de una masa social altamente manipulable y alienada.
Consideramos pues que el ejercicio de la solidaridad tanto individual como colectivo es una alternativa real de cohesión social, que neutraliza un sistema deshumanizado y manipulador con alta capacidad de control, y despierta la conciencia de un individualismo, apático competitivo y alienante.
Aún son muchos los individuos que viven como víctimas de un sistema que los mantiene enajenados, viviendo o desviviendo, para seguir gozando a cualquier precio del estado del bienestar. Pero son muchas las organizaciones que actúan por un principio de solidaridad y justicia, tanto a nivel local como nacional e internacional. El compromiso y la solidaridad son una herramienta real, asequible y eficaz para poder transcender los límites que impone el sistema. Cuanto más la ejerzamos, más libre y también más humana y humanizadora será nuestra sociedad.
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Muy buen artículo
ResponderEliminarMe gusto mucho!
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